• Fernando Maqueda CarmenSempra ha publicado una actualización hace 8 años, 1 mes

    EL SOMMELIER ERRANTE

    Prefacio
    Resultaba extraño y al caer la tarde, ver en un cruce solitario de caminos, a toda una orquesta completa de mariachis interpretando rancheras, corridos, huapangos y sones jarochos de Veracruz y de Jalisco.
    Más insólito era aún, que el conjunto músico vocal ejecutase su repertorio, sin público que les diera la réplica con vítores y ovaciones, a excepción de un único oyente. Un hombre, de alrededor de sesenta y tantos años, que sin entender nada, les miraba sorprendido. Lo del jolgorio y los corridos mexicanos, debería de ser por la fecha que era, 24 de junio, día de San Juan y día que tocaba a su fin. Hogueras, rituales y fiestas se habían dado cita durante toda la noche, al ser la más corta del año. Al menos así lo creía la gente, aunque estaban equivocados, porque la noche más corta coincidía y coincide con el solsticio de verano, que marca el arranque de la estación veraniega. En ese momento, el sol alcanza su máxima altura sobre el horizonte y ese suceso, ocurre dos o tres noches antes, alrededor del día 21 de junio. Y si popularmente se conoce como la noche más corta del año, a la noche mágica de la fiesta y de las hogueras, evidentemente no lo es, pero tampoco es cuestión de discutir a la creencia popular que es muy sabia. Noche corta o día largo, lo cierto era que San Juan finalizaba, cuando el charro con trompeta en mano y que hacía las veces de cantante, se arrancó con un bolero ranchero. La rancherita no dejaba de ser un órdago por todo lo alto al amor, cuando al oír sus estrofas, el enamorado, que quería tanto a su amada, le decía que buscase otros amores y si encontraba a alguien que la quisiera más que él, no dudaría en dar la media vuelta y marcharse, para que ella fuese feliz ¡Ahí es nada…! Eso sí que era amor.
    El traje del apuesto charro, que deleitaba con su aterciopelada voz de tenor y el de los demás mariachis, eran todos de color blanco, distintos al que ordena el reglamento de la charrería, que deben de ser negros, sería por la fiesta del santo, aunque los ornamentos y adornos eran oficiales, con calados de gamuza y botonaduras de metal troquelado de manera artesanal en plata y acero vaciado. Llamaban la atención sus anchos y bordados sombreros en oro, piezas de artesanía exquisita y que en nada tenían que ver, con los que se venden en las tiendas de recuerdo para turistas en ciudad de México. También sorprendía en gran medida de todo el conjunto, el mariachi del guitarrón, con su gran caja de resonancia, que competía con su inmensa barriga, sin que fuera óbice ésta, para señalar la progresión de los acordes de la melodía, como bajo acústico que era. En el lado opuesto, -del tallaje, me refiero-, un joven charro, casi un niño y que apenas levantaba un palmo del suelo, acompañaba con la vihuela, pequeña guitarra de timbre agudo con cinco cuerdas, a la marcación de los tiempos débiles del guitarrón. Cuatro trompetas, tres violines, un arpa y dos guitarras, daban finalmente lustre, al conjunto orquestal. Menuda juerga llevaban. Tequila, vivas a México, gritos y risotadas.
    El único espectador del concierto, les observaba y seguía tan sorprendido como angustiado, cuando fue interrumpido, sorprendiéndose aún más.
    -¡Hijo! ¿Cuándo llegamos al cielo?
    -¡Madre, eres tú…! ¡Dios mío no te he visto llegar! Pero si ya estás en el cielo.
    -¡Que cabeza la mía! Tienes toda la razón, cualquier día la voy a perder. Pero entonces… ¿Qué haces aquí? ¿Por qué has venido, hijo mío? La vida es bonita…
    -Claro que sí, madre. La vida es maravillosa, pero sin ella dejó de serlo.
    -Pobre… ¿Cuánto habrás sufrido?
    -Hasta que se marchó, no supe lo que era el dolor, madre. Estoy cansado y no quiero seguir viviendo así.
    -Has venido a buscarla ¿Verdad?
    -Sí, madre. Pero no consigo recordar su cara. ¿Cómo podré encontrarla, si soy incapaz de reconocer sus facciones? Y para colmo, esta serenata de mariachis, cantando la canción preferida de María…
    -Es muy bonita la ranchera, hijo ¿No te gusta?
    -¿La media vuelta? Claro que sí, madre ¿pero qué están haciendo aquí todos estos mariachis, con sus sombreros, sus trompetas y guitarrones y además, bebiendo tequila, sin parar? No lo entiendo.
    -Te casaste con una mexicana. Ya conoces el dicho, “un mariachi sin tequila, es como prohibirle a una pareja de enamorados que se besen”. Me temo, que están aquí, por la misma razón que tú.
    -¿Tú crees, madre?
    -Claro que sí.
    Madre e hijo conversaban, mientras los charros de la ciudad de Veracruz, con su cantante al frente y trompeta en mano, interpretaban entre gritos, risotadas y chupitos de tequila, el famoso bolero.

    “… si encuentras un amor que te comprenda y sientas que te quiere más que nadie, entonces yo daré la media vuelta y me iré con el sol…”

    -Tal vez, sea buena señal la letra de la canción, pero he llegado hasta aquí, para buscarla, para estar con ella para siempre y por más que me esfuerzo, no puedo recordar su cara, madre. No la recuerdo. ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo podré encontrarla?
    La intranquilidad del hombre, por momentos aumentaba, tanto, como las jaleadas de los mariachis.
    -Tranquilízate, hijo. Seguro que podrás.
    -¿Y si ha sucedido como dice la ranchera y ha encontrado a otra persona que la quiera más que yo, madre? ¿Eh? ¿Y si la han querido más que yo?
    La anciana, se permitió un instante en responder. Finalmente habló.
    -Nadie la quiso tanto como tú, hijo. Nadie.